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Achim Brandenburg lleva desde mediados de los noventa destilando el jack de Chicago y el deep de Nueva York desde una óptica berlinesa: profunda, oscura y sutilmente sexual. Sus sesiones desprenden el tipo de pedigrí que solo poseen aquellos que han pasado incontables tardes rebuscando cubetas e incontables noches buscándose en clubes. Uno de esos selectores que no solo emanan amor por la música, sino también amor por compartirla.